Outras Cores

quinta-feira, 5 de abril de 2012

NUEVO TESTAMENTO DE LITERATURA: JUDAS


La deuda con Judas

Por:Winston Manrique Sabogal05/04/2012

JudasxCaravaggio
El beso de Judas, de Caravaggio.

Nunca un beso significó tanto para la humanidad. El de un ángel caído cuya traición fragua la gloria de otro. Eso es Judas Iscariote, para mal y para bien del cristianismo. Porque su traición a Jesús por 30 monedas de plata, un jueves como hoy, lo convirtió desde ese mismo instante en uno de los seres más vilipendiados y maldecidos. Y en uno de los personajes más interesantes, enigmáticos y novelescos de la Biblia, ese libro de lecturas fascinantes esparcidas con grandes voces narradoras al servicio de hechizantes historias literarias. Por eso Judas Iscariote es el apóstol que he elegido para la segunda parte de la serie Nuevo testamento de literatura, dedicado ayer a la Virgen María. Porque Judas es un personaje y una pieza esencial sin la cual no existiría la religión Católica, y cuya misteriosa vida ha sido explorada y recreada por algunos escritores a lo largo de dos milenios, cuyos libros invito a ustedes a compartir y comentar en este blog, tras el relato sobre el cual hablaré a continuación:

Como muestra metaliteraria elijo el cuento de Jorge Luis Borges, Tres versiones de Judas, que en mi edición de bolsillo de Alianza tiene justamente las páginas de un número cabalístico: 9. Gracias y detalles al margen, la lectura del relato de Borges es una lección de literatura a través de una lección que busca descifrar "un misterio central de la teología". Un ejemplo de las historias borgeanas cuyos universos nacen allí y se expanden para luego cerrarse sobre sí mismos. Su primera lectura la tuve a los veintipocos años y fue como un atardecer de tormenta con relámpagos y centellas que auguran la cercanía de la caída del gran rayo.

Judas1Hacia el principio, Borges cita a De Quincey que especuló sobre que Judas entregó a Jesucristo "para forzarlo a declarar su divinidad y a encender una vasta rebelión contra el yugo de Roma". Luego el autor argenino deja caer otra centella: "La traición de Judas no fue casual; fue un hecho prefijado que tiene su lugar misterioso en la economía de la redención". Palabras seguidas un relámpago: "El verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutacón y a la muerte; para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fue ese hombre. Judas, único entre los apóstole, intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito. El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator y a ser huésped del fuego que no se apaga".

Las teorías y explicaciones que buscan descifrar el misterio continúan hasta toparse uno con: "Imputar su crimen a la codicia es resignarse al móvil más torpe. Nils Runenberg propone el móvil contrario: un hiperbólico y hasta ilimitado ascetismo. El asceta, para mayor gloria de Dios, envilece y mortifica la carne; Judas hizo lo propio con el espíritu. Renunció al honor, al bien, a la paz, al reino de los cielos, como otros, menos heroicamente, al placer. Premeditó con lucidez terrible sus culpas".

JUDAS ISCARIOTE.-LEONARDO DA VINCI.-RENACIMIENTOY el gran rayo de la lectura borgeana llega cuando escribe: "El argumento general es complejo, si bien la conclusión es monstruosa. Dios, arguye Nils Runeberg, se rebajó a ser hombre para la redención del género humano". Las disquiciciones siguen hasta que dice: "Dios totalmente se hizo hombre pero hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas".(En la imagen: Judas, según Leonardo da Vinci)

Pero se acerca la página nueve del cuento, cuando los teólogos desdeñaron esa versión de Judas-Dios, y Borges escribe:" Runeberg intuyó en esa indiferencia ecuménica casi una milagrosa confirmación. Dios ordenaba esa indiferencia; Dios no quería que se propalara en la tierra Su terrible secreto", y el desenlace empieza en la página cabalística, la de un nueve que representa desde el tiempo hasta la hora en que muere Jesús.

¿Codicioso? ¿Ambicoso? ¿Rebelde? o ¿Víctima? ¿Instrumento? ¿Incomprendido? En cualquier caso, Judas Iscariote, es un hombre imbuido en el misterio sin el cual no se habría podido cumplir el destino de Jesús. La gloria gracias a un traidor. ¿Qué opinas del texto de Jorge Luis Borges? ¿Qué otros relatos conoces donde la presencia de Judas sea esencial y haya sido llevada a la literatura?

Serie. Nuevo testamento de literatura: Virgen María.

Judas
Judas en la última cena.

domingo, 1 de abril de 2012

EL DIBUJANTE DE LA LITERATURA SIN TEXTO


Frans Masereel: sin palabras

Un libro rescata la figura del autor que, a partir de postulados expresionistas e izquierdistas

Se convirtió en el precursor de las novelas gráficas sin texto

FOTOGALERÍA

¿Qué unió a gente tan variopinta como Thomas Mann, George Grosz, Stephen Zweig, Hermann Hesse, Art Spiegelman, Will Eisner o Romain Rolland? La pasión por la obra deFrans Masereel (Blankenberge, Bélgica, 1889 – Aviñón, Francia, 1972), uno de los más grandes creadores de su generación —la de la primera y segunda décadas del siglo XX— a quien sin embargo la Historia (oficial) del Arte decidió no reservarle una casilla de honor.

Sí lo haría, curiosamente, la Historia del Cómic, cuyos autores, manuales, clasificaciones y recordatorios han coincidido de manera recurrente en concederle todos los honores. Entre ellos, el de considerarle el precursor de un subgénero fascinante, incrustado allá en el cruce de caminos entre la literatura, el cine y la ilustración: la llamada novela en imágenes, a su vez inspiradora de las hoy muy en boga novelas gráficas, aunque sin bocadillos de texto ni viñetas al uso.

La reciente publicación de La ciudad (Nórdica Libros), joya de misterio, angustia y precisión y una de las obras cumbre en la producción gráfica de Masereel, recupera la figura de este electrón libre del mundo de la narración a través de la imagen. A sus 36 años, este pacifista convencido, enamorado perdidamente de la obra de Goya y nacido en el seno de una acomodada familia de Gante, ya había firmado varias obras maestras: Mon livre d’heures (1919), Un fait divers (1920) ySouvenirs de mon pays (1921), entre otros títulos, aunque nada de ello, ni siquiera la relación personal con artistas y escritores consagrados como Grosz o Mann, le habían catapultado a la fama. En todas esas obras, pero de manera destacada en la escalofriante La cité (La ciudad, 1925) Masereel bebe de las amargas fuentes temáticas del expresionismo: angustia, soledad, miseria, rebelión, violencia, sexo, muerte. También de sus fuentes estéticas. Tanto, que Masereel podría haber sido uno más en las paredes de los abundantes museos y exposiciones a la mayor gloria de dioses del expresionismo alemán como Kirchner, Meidner, Pechstein o Heckel. Quizá le faltó a Frans Masereel militar en las filas de movimientos serios como Die Brücke o Der Blaue Reiter en lugar de dedicarse a colaborar en periódicos de Ginebra y París y exhibir, a partir de los años treinta, una indisimulada fascinación por el comunismo de los sóviets.

Pero el caso es que la dimensión de algunos de sus trabajos —y desde luego el escalofriante La ciudad— nada tiene que envidiar, bien al contrario, a los de alguien como Ernst Ludwig Kirchner, quien, como él, engrandeció técnicas como el grabado en madera o la xilografía, aprendidas en el París de principios de siglo.

Un libro como La ciudad y, en general, la obra de Masereel, ha de ser enmarcada en el concepto de lo que el estadounidense Will Eisner, el creador de The Spirit, llamó en su día el arte secuencial (El cómic y el arte secuencial, libro de referencia para cualquiera que quiera entender por fin y para siempre la dimensión del cómic como medio de expresión).

También ha de quedar constatada la clara influencia del cine mudo expresionista en la obra de Masereel: es imposible separar los grabados en madera ejecutados por Masereel para La ciudad con las imágenes de películas como El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene (1920) o el Nosferatu, de Murnau (1922). Por no hablar de la que sin duda observa unos paralelismos más evidentes ya no con el estilo sino con la temática de este libro: Metrópolis, dirigida por Fritz Lang. Pero aquí habría que hablar de influencias a la inversa: la legendaria sinfonía urbana de Lang fue rodada en 1927, es decir, dos años después de la publicación de La ciudad y cuando las pinturas y los grabados de Kirchner eran ya unos clásicos.

El hecho de que, por regla general, los libros de imágenes de Masereel estuvieran vertebrados a razón de una obra por página, como si fueran fotogramas si se van pasando a toda velocidad, no hace más que reforzar esa relación de cercanía con el cine. No por casualidad, le preguntaron a Thomas Mann en 1919 cuál era la película que más le había impresionado hasta la fecha, y el autor de La montaña mágicacontestó que Mon libre d’heures, de Frans Masereel… que no era ninguna película sino un libro, un libro que el propio Mann acabaría prologando.

Dueño de un universo tan tenebroso como fiel a la realidad social y política del período de entreguerras, y tan horrible como fascinante, Frans Masereel brinda en este libro, La ciudad, el desolador retrato de lo mejor y de lo peor de que es capaz el ser humano. Es, en ese sentido, un autor de una modernidad que no se agota.

No hay textos, para qué. Tan solo un dantesco blanco y negro para plasmar en toda su crudeza la violencia física y psicológica, la miseria frente a la opulencia, las putas bajo su yugo y las señoronas bajo sus sombreros, y el hollín tiñendo de negro las fábricas y las ventanas de las casas de los pobres.

La ciudad según Masereel tiene ya 87 años, pero sigue vigente. Es lo que, entre otras cosas, define a las obras maestras: la perdurabilidad de su discurso.